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ANTIQUIFOBIA: el miedo al “fracaso”


Marcos Santana

El ser humano nace como todos los vivientes, crece, se desarrolla y muere. Los humanos a menudo hablamos con la muerte y no nos damos por enterados.


La muerte vive con nosotros, conoce nuestras actuaciones y se burla de nuestra ignorancia sobre ella. Todos sabemos y aceptamos que moriremos, pero no lo admitimos de alguna manera por miedo a la realidad contra la existencia.


Muy pocos seres humanos pensamos en la herencia que dejaremos al morir, en ocasiones, pensamos en la familia, en amigos y hasta en los irracionales animales. A todo esto vivimos con el miedo a decidir para no equivocarnos o fracasar.


Es muy difícil que la gente tenga en cuenta el precio de un amigo, cuánto cuesta hacerlo, que tiempo dura formarlo y que tan poco nos cuesta mantenerlos después de años de amistad. Muchas veces perdemos los amigos en corto tiempo sin valorar el tesoro que despreciamos.


Detalles ridículos, ponen fin a largas y provechosas amistades que a veces se combinan con esta y el sentimiento filial… padres, hijos, hermanos, primos y otros familiares que en el transcurso de la vida, nunca fueron amigos, ex parejas que al término, solo queda la herencia del odio y la maldad que revienta los sentimientos filiales con referencia y rencores.


A todo esto, existen amores que jamás se manifiestan por el “síndrome” al fracaso, miedo a lo desconocido, al fantasma del sentimiento humano, al adelanto de la imaginación combinada con las ovaciones de falsas o reales informaciones cerebrales que anidamos, a veces sin valorar el cambio biofísico de la propia conducta de la existencia, que en ocasiones nos lleva a querer pensar lo que el otro piensa o podría pensar. Esta mezcla conductual que alberga la inseguridad humana en su existencia moral, lo coloca en el cultivo de miedo en sensación de peligro fundado e infundado, pero aprisionado en la interior “inteligencia” humana.


Ese miedo que revertimos a un trastorno de ansiedad que comúnmente llevamos, nos impide ser eficientes, exitosos, transparentes, inhibidos y hasta poco amorosos y afectivos.


Estas causas tienen una relación con la antiquifobia, el deseo de ser exitoso y temor al fracaso, tipificación del “síndrome” prisionero del terror que padece, o el miedo a equivocarse.


Esta sensación la padecen empresarios y obreros que venden sus fuerzas de trabajo pero sin conocer a sus patrones, al igual que políticos y funcionarios que no saben cómo llegaron ni que hacen en las funciones que desempeñan.


Estos patrones en ocasiones se atrincheran bajo la cobija de la función pública y terminan en burócratas disfuncionales como simple custodia del empleo que les proporciona la forma de vida.


A todo esto se suma la existencia de la alta tecnología y la torpeza de su manejo, convirtiendo al individuo en un irresoluto sin coraje ni decisión.


Muchos funcionarios públicos y privados, sufren la antiquifobia, estancando el desarrollo empresarial o de la nación, estos llegan hasta desconocer responsabilidades ante sus inmediatos y crean crisis productivas y decae la calidad de las mismas. No saben aceptar o tomar decisiones y mucho menos, no logran identificar el concepto intelectual de sus aliados y terminan entregados a la antiquifobia.

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